Reseña de los cuentos de Timbre 2-Velada Gallarda, por Alberto Laiseca

Clase B, de Rusi Millán Pastori. Un cuento que es una película, una película que es un cuento. Todos los monstruos clase B están ahí y son los demonios de lo cotidiano. En ese hospital a punto de derrumbarse sólo podemos escribir y filmar lo que vemos, lo que vivimos. Es "un parto jodidamente antinatural", como dice aquí: "una escena complicada en la que la protagonista da a luz a un viejo de 80 años".
A cada momento sentimos la presencia del Grinch, que constantemente se roba las navidades, y todos prendidos con alfileres, tanto a las cosas que podrían ser buenas de la vida como los Gremlins.

Manos Blancas, de Odiseo Sobico. El adoctrinamiento sistemático en la culpa hace que la culpa (por ser la única salida) sea una fiesta. Todas las mujeres de la estancia (incluso la patrona viejísima) han participado de los favores de Mandinga, que como se sabe y dada la escasez es el único que sabe hacer el amor. El único capaz (¿qué otro?) de hacer que la culpa fructifique.
Odiseo hace aparecer a un personaje delicioso: "La negrita del coscorrón". Es una pequeña víctima totalmente institucionalizada: cuando alguien se manda una cagada la que liga es ella. ¿Cuál es la gracia de ser patrón? ¿Qué clase de déspota es uno que no tiene una víctima? Eso si, una objeción: si la víctima no está desnuda mientras le pegan es solo media víctima. En este cuento la "negrita del coscorrón" está siempre vestida, y eso es un defecto.

Vos sos Pin, de Marcelo Guerrieri. Es muy difñicil ser Dios de los niños. No me refiero al Dios de la religión, sino a una fantasía colectiva de Dios encarnado. La mitad de los niños te defienden, porque no quieren quedarse sin maravilla, pero la otra mitad te pega. Más que nada porque, en el fondo, te tienen miedo. Me acuerdo que yo estaba en Camilo Aldao, mi pueblo, con toda mi pandilla. Vinos una mascarita que, por alguna razón, se fue temprano del baile de mamarrachos. Estaba vestido como luciérnaga, con faldones que hacían de cola, antenas, cabezota puntuda y todo lo demás. Le Teníamos miedo a ese hombre fantasmagórico, que ya se perdía por una calle oscura. Sólo estábamos nosotros y él. Comenzamos a hacerle burla: "¡Eh, marcarita!" Y entoncoes ocurrió algo horrible. La luciérnaga se paró en seco, se volvió a nosotros y sus ojos comenzaron a encenderse y apagarse (seguro lo manejaba desde una perilla oculta). El cagazo que nos pegamos todos fue inolvidable. Nos quedamos mudos del horror. No volvimos a joder ni con él ni con ningún disfrazado más.
En este cuento el "hombre del espacio" no tenía previsto que lo atacaran, de modo que la mitad de los niños le hizo la vida imposible. Pero, tal el poder de las máscaras y los disfraces, durante un rato el "hombre del espacio" fue realmente un Dios para estos niños, más allá de miedos y rebeliones.

Tres baldes de arena por uno de cal, de Leonardo Oyola. Leo casi siempre introduce elementos fantásticos en sus obras. Mejor dicho: lo fantástico suele ser en él la vertebración principal. Este es el primer cuento por completo existencialista que le conozco. ¡Ah si sabré yo, querido Leo, que es tres de arena, una de cal y el cemento, y el agua en la proporción justa! Somos todos albañiles en esto de vivir y buscar el amor. Cierto que la mezcla (porque el agua no estuvo en la cantidad justa) salió mal en el momento menos indicado y hubo que tirar todo a la mierda. Es cierto que al faro que emana la única luz que te podría salvar no lo conocemos ni de vista.
Cualquiera podría decir que la tarea de albañil es un oficio solitario. Cualquiera podría decirme, por el contrario, que hacer la mezcla es cosa de dos. De quién es la culpa la verdad que me importa un carajo. Un japonés hablaría de responsabilidad. Tampoco me importa la responsabilidad. Porque en el otro mundo, donde no hay ni tetas, ni cerveza, tampoco existe cal, arena, cemento y agua. A la mezcla tenés que hacerla toda aquí; y bien;  y si no te jodés.

Nubia. Querida Nubia; de estos días (o noches) me tendrás que convidar con las famosas arepas ¿es comida de Colombia? Ya veo que debes ser riquísimas. Te quiere mucho “El señor de barba”.

Nieve caspa, de Alejandra Zina, (con “zeta”). El monstruo peluquero, amo de esta historia, es un dictador realista delirante ¿Acaso los verdaderos dictadores (los de la vida) no ejercen un despotismo absurdo, imponiendo reglas sacadas de su delirio?
Nuestro monstruo está rodeado de esclavos: los chicos cabezones, todo rapados, deben construirle un castillo hecho con pelos. Esto, es su parte más siniestra, recuerda por su ontología a la leyenda escandinava: “algún día Locke, dios del mal, atacará al Walhala (morada de los dioses) con un bajel construido con uñas de muertos y tripulado por sus demonios”. Aquí aparenta ser al revés, porque la nieve caspa intenta destruir el castillo del mal y liberar. Pero la liberación de los Niños Cabezones dura poco puesto que las tropas del monstruo peluquero se reagrupan. Pero la tragedia que afecta al bien, pese a su apariencia, es la misma del drama escandinavo.

Take a walk on the wild side, de Julián López. Es la historia de la admiración de un joven por un maestro a quien va a conocer  los EE. UU. Es notable porque hoy casi nadie quiere tener maestros y menos admirarlos. Si no entendí mal ambos quedan decepcionados. Sin embargo hay algo que se rescata y está al final: “…me queda el viaje a bordo de su fabulosa nave en medio de un paisaje de lo más feliz, de lo más triste, de lo más extraño.”

Juguetes perdidos, de Sebastián Pandolfelli. Este cuento se puede definir como el premio del valiente y la eterna derrota del cobarde. Pero lo más valioso, según mi gusto, es un combate entre unos pibes (que intentan rescatar su pelota) y un par de gallos nazis amaestrados. Todo niño, sin importar su origen, es un judío picoteable para estos bichos de mierda.
Un cuento encantador, con miles de detalles. Es para leer.

A mi hermano, de Natalí Tentori. La historia de unos pibes muy castigados a quienes salvan la mutua solidaridad. Los salva un autito de juguete, los salva un robo a un camión accidentado. Pero aunque sean ladrones no dejan de ser niños. En su imaginación el veículo que van a robar es como la aventura de historietas de hallar el cofre del pirata. El tesoro, por su puesto es cualquier cosa menos lo que esperan. Serán chicos imaginativos, pero igual ya empiezan a tener yeca. Logran cambiar lo imposible por un poco de comida.
Es un cuento muy tierno, que hace sentir la infancia. No es poco logro.
Por otra parte esta maravillosamente escrito. Hay que ser completamente bobo para no comprender que esta escritora tiene estilo: “Apenas comienza septiembre y la primavera todavía no se decide, nacen una serie de noches verdes, de luz enrarecida, acuática. La naturaleza está a punto de estallar, los vegetales ya muestran centeneras de colmillos esmeralda.
Y es solo un ejemplo, es realmente un churrasco del tamaño de un dinosaurio, como dice la autora.

El regalo, de Selva Almada. A la preadolescente le llega un regalo de su hermano, traído por el Gringo. La chica se enloquece por la expectativa y empieza a fantasear. Adentro puede haber cualquier cosa. No sabemos. Eso sí: es grande ¿Seré un mono de los que hay allá en el norte? No puede ser: en tal caso el regalo tendría agujeritos para que el pobre bicho pueda respirar y no se asfixie.
Sin embargo hay otro regalo: el beso del Gringo al llegar y entregarle el paquete. Ella, ni por asomo, está enamorada de él y el Gringo tampoco de la chica. Sin embargo, luego del beso, el Gringo dice: “Le voy a decir que se le está poniendo linda la hermanita”. Esto hace que por primera vez piense en su condición de mujer. “Mira de reojo la caja. Sentía en los labios la raspadura de los troncos colorados de la barba de tres días del Gringo”.
hace un rato, en cierto modo, el Gringo le ha dicho que ella promete ser una mujer hermosa. Pero a su edad, que no es mucha ni es poca, ha visto tantas promesas romperse en el aire ¿para qué sirve una promesa si no se cumple?
Y por último: “Pero ahora está claro que el Gringo no es como su hermano. Siente los labios cortados por la barba del Gringo como si hubiera atravesado desnuda un monte de espinillos”.
¡Selvita qué genial sos! Y no voy a decir más ni sobre este cuento ni sobre esta autora. El Sófocles de los fuentones ha hablado.

Cuis lingual, de Juan Guinot. Nada fácil este cuento de Juan. No estoy muy seguro de haberlo entendido, pero aquí va. Los cuises y la humanidad están en paralelo y, en algún sitio, son lo mismo. Los cuises sostienen que su función es entretener a los humanos. Yo diría que más bien están para enseñar. Y ya sabemos lo que les pasa a los docentes: los cagan a palos. “¿Por qué no nos vamos?” En efecto: los docentes por qué no nos vamos. Por razones de supervivencia.
A raíz de que los odiados cuises, dueños de la palabra, se van, todos caen en el mito bienhechor (bienhechor para los cuises) de la auto extinción en masa. “Se van a un lugar, donde nadie puede vivir, para suicidarse”. En realidad, los bichos construyen un paraíso. Este paraíso, entiendo yo, es el de hacerse el muerto y callarse la boca.
Está probado científicamente que la docencia, en efecto, es mala para la salud. O, como decían las viejitas de mi pueblo, Camilo Aldao, “El comedido siempre suena como arpa viaja”. Estos comedidos ¿seremos los escritores linguales?

Gracias a la Mica (lingual también, aunque habla de otra forma) por sus diseños y diagramaciones, y la también lingual Nubia por sus clamorosos dibujitos. Ejemplo: Nubia protesta “¡Papi!”. Parece una colombiana que se dirigiese al Presidente de la República. No al actual sino al que será elegido en segunda vuelta el 20 de Junio. Me estoy temiendo que, para evitar que mi muy amada discípula se siga embolando, voy a tener que asistir a todas las Gallardas a contar un cuentito de terror.
Ojalá pudiera. Esto es sólo un chascarrillo, una chanza.

Un abrazo a todos. Gracias.
Alberto Laiseca – 07/06/2010

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